El
orgullo de ser emilianos, el valor de enfrentarse siempre a nuevos retos, la
audacia de tomar decisiones contracorriente que luego se revelan exitosas, como
tener una sede en Maranello. Para Fare Insieme, Giampaolo Colletti entrevista a
Claudio Sabatini, fundador –junto a su socio histórico Flavio Fallarini– y
gerente de CIGAIMPIANTI
di Giampaolo Colletti
@gpcolletti
Las organizaciones, por
grandes o pequeñas que sean, así como las personas que forman parte de ellas,
son el resultado de los lugares en los que estas nacen y crecen, de los lazos
que estrechan, de la capacidad de interceptar y hacer propios esos valores que
con el tiempo se convierten en una brújula con la que orientarse incluso en los
momentos más difíciles. En el fondo, las organizaciones, al igual que las
personas, son un reflejo de los desafíos a los que se han enfrentado a lo largo
de su historia, cuando con terquedad, y a menudo con una buena dosis de
inconsciencia, se hace un intento por marcar la diferencia. Todo esto es lo que
se respira en la historia de cuarenta años de CIGAIMPIANTI: una trayectoria
empresarial que se desarrolla en el tiempo, pero sobre todo en el espacio, con
un fuerte anclaje en el territorio, en la comunidad, en las raíces. Esas mismas
raíces que luego forjan a las personas y, en consecuencia, de manera circular,
las organizaciones.
Para explicarlo mejor, nos desplazamos a Finale Emilia, el
pueblo, de quince mil habitantes, situado más al este de la provincia de
Módena. «Alejados de todo, pero al mismo tiempo cercanos a todo. No
obstante, cuando éramos jóvenes, quienes deseaban estudiar en escuelas de
formación profesional no tenían más remedio que desplazarse a las capitales de
provincia: Módena, pero también Bolonia y Ferrara. Así que para nosotros era
normal levantarnos temprano por la mañana y volver bien entrada la tarde o de
noche. Esto nos ha ayudado una vez que nos hemos aventurado en el mundo del
trabajo», cuenta Claudio Sabatini, fundador y gerente de CIGAIMPIANTI. Su familia extendida, como él mismo la
define, se compone de ciento treinta personas, entre obreros y administrativos,
para un mercado que es grande como el mundo entero. Luego están los clientes,
que se dividen básicamente en dos grupos: los de las plantas de producción,
situadas en un radio de hasta cien kilómetros respecto a la sede central y con
los que se estipulan contratos anuales de mantenimiento, y los fabricantes de
máquinas automáticas y líneas de procesado, con los cuales se trabaja en todo
el mundo en lo referente a instalaciones, puesta en marcha, asistencia y
mantenimiento. «Lo más gratificante son los testimonios de confianza de los
clientes, que nos eligen no porque somos los que ofrecen un coste más bajo,
sino porque se fían de nosotros. Por poner un par de ejemplos, llevamos
prestando nuestros servicios a una planta de producción alimentaria de Medolla
nada menos que treinta dos años y a una empresa de Módena que hace robótica,
veintinueve. Todo marcado por la continuidad», precisa Sabatini. Al principio,
la mayor parte del trabajo estaba relacionado con la gestión de instalaciones
industriales, de ahí el nombre CIGAIMPIANTI (impianto en italiano es planta o instalación industrial, n.d.t.),
pero con el tiempo, los cambios en el mercado han impulsado nuestra sociedad a
seguir otros caminos». Es por eso que hoy las dos palabras más usadas son
automatización y mantenimiento. Tecnología, pero sobre todo personas, es decir,
ese capital humano que marca la diferencia. El volumen de negocio está ligado
al rendimiento del personal técnico, que en cifras, como dato agregado, en un
año ha llegado a alcanzar las 300.000 horas. «El 30 de abril de 2022
celebraremos los cuarenta años de actividad y seguimos creciendo.
Evidentemente, hemos dado con la receta apropiada. Nuestras ganas de contentar
al cliente en cada cosa que nos pide ha seguido siendo la misma con el pasar
del tiempo. Hemos preferido crecer gradualmente, también porque hemos visto
muchas otras empresas emprender nuestra misma labor y luego deshacerse como la
nieve al sol al cabo de pocos años. Al no vender ningún producto, sino
servicios, hemos innovado apostando por la formación continua de nuestros
técnicos, haciendo cursos continuamente. Luego está el aspecto central de la
seguridad: invertimos mucho tiempo y dinero en esta dirección porque deseamos
que nuestros técnicos puedan volver a casa cada noche sin haberse roto ni una
uña siquiera», dice Sabatini.
La fuerza del territorio. Las
raíces, decíamos. Las decisiones empresariales de esta joya de Emilia Romaña
han ido siempre encaminadas a la relación de cercanía con los lugares donde se
opera. Se trata de una presencia física auténtica, que en este mundo
digitalizado, marcado por la pandemia, es noticia. Pero es una decisión que se
ha revelado ganadora. El estar ahí verdaderamente. Como cuando en 2006 se
decidió construir una nueva en empresa en Maranello, en el corazón de este
distrito de excelencia. Una decisión que no fue casual. «Era un periodo en el
que trabajábamos mucho con algunas multinacionales que tenían, y tienen todavía
hoy, sus plantas de producción no muy alejadas de Finale Emilia. Nos suponía un
empeño tan grande que, llegado un momento, me di cuenta de que estábamos
descuidando una de las zonas más ricas e industrializadas de Europa, la comarca
de la cerámica y todas las demás empresas que giraban en torno a nosotros. Un
área donde teníamos muchas relaciones que valorizar. Pero teníamos el
impedimento de los traslados continuos, con dos horas de viaje y ciento treinta
kilómetros como mínimo al día», recuerda Sabatini. De ahí la intuición: en
aquel periodo histórico, en el que muchas empresas movían sus plantas y la
producción correspondiente a otros lugares, sobre todo al extranjero –en aquel
proceso de deslocalización que la mayoría de las veces tenía que ver con los
Países del Este– para Sabatini la solución estaba en multiplicar sus centros,
con la posibilidad de contratar a personas del lugar. Una deslocalización al
contrario. «Una oportunidad para la comunidad, una oportunidad para nosotros y
una oportunidad para los clientes, que disfrutaban de un servicio a las puertas
de casa y unas labores que les habrían costado menos, al tener que soportar
unos costes por viajes y dietas muy reducidos», dice Sabatini. El futuro está en
la industria 4.0, aunque no solo eso. «En la fábrica moderna 4.0, las máquinas
consiguen hacer cosas asombrosas, pero para contentar al cliente el aspecto
central está ligado a las competencias de los recursos humanos. La labor de
investigación cuenta muchísimo, porque trabajamos para empresas de vanguardia,
pero nuestra investigación más importante es... la búsqueda de buenos técnicos,
serios y fiables («mercancía» rara a día de hoy...)», concluye Sabatini. Para
este empresario emiliano, en el futuro está la ambición de continuar por un
camino de crecimiento continuo marcado por la responsabilidad. Esta es, pues,
la receta para triunfar en los desafíos de alcance mundial, partiendo de
contextos territoriales específicos: usar la cabeza y el corazón, sin olvidar
esas raíces que marcan la diferencia.
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