En
Spilamberto, Módena, se encuentra la sede central de una empresa mecánica líder
en el mundo de los suministros para vehículos industriales y máquinas
agrícolas. Una historia increíble de crecimiento marcada por la investigación,
la tecnología y los talentos. Para FARE INSIEME, Giampaolo Colletti entrevista
a Davide Malagoli, director ejecutivo de LAM
di Giampaolo Colletti
@gpcolletti
Photocredit: Giacomo Maestri e Francesca Aufiero
La vida es
impredecible. Y en el fondo, para los audaces, como reza el dicho popular, una cosa lleva a la otra. De esta manera, una empresa nacida en los años sesenta con
una idea sencilla, registra hoy un volumen de negocio millonario en un mercado
global. Pero vayamos por partes y partamos de la sede central de LAM, acrónimo
de Lavorazione Accessori Metalli. Nos encontramos en Spilamberto, un precioso
pueblo de trece mil habitantes al sur de Módena, en la carretera que lleva a
Vignola, en el corazón de Terre di Castelli.
Excelencia de familia. Todo empieza con el
abuelo Livio Gozzi, genio de la Mecánica y persona con unas incansables ganas
de vivir. Por otra parte, esa pasión por la mecánica le salvó literalmente la
vida en el campo de concentración de Mauthausen. Arreglaba automóviles y ese conocimiento
fue decisivo. Después de la guerra y de haberse trasladado a Módena, con el
tiempo, el abuelo Gozzi entendió que aquella tierra emiliana era el centro
neurálgico de la mecánica, con las construcciones de las carrocerías. Orlandi,
uno de los colosos en la construcción de autobuses, pidió ayuda para la
realización de toldos y trampillas para los techos de los vehículos que
funcionaban como aireación. Y en su camino se encontró al abuelo Livio que le
ofreció las respuestas, con un trabajo profesional que después fue
patentado. La de Livio Gozzi fue una de
las primeras empresas que fundaron el pueblo artesanal de Spilamberto, en los
apasionantes años del boom económico de la posguerra. Estamos en los inicios de
ese distrito industrial que todavía hoy es una excelencia en el mundo. LAM
cuenta con 60 empleados y registra un volumen de negocio de 10,6 millones de
euros. El departamento de producción tiene una extensión de casi cuatro mil
metros cuadrados, a los cuales se suma el almacén. Los mercados cubiertos son
en un 50 % Italia e internacionales, con una cuota de producción local que
se envía fuera de las fronteras nacionales. Asimismo, hay una empresa satélite
en Bielorrusia, en Brest, para servir mejor al mercado extranjero. «Tras mi abuelo y
mis padres, somos la tercera generación, representada por mí mismo, mi
hermana y mi mujer. Todo ello marcado por la pasión, como la que animaba a mi
abuelo en los comienzos con la producción de ganchos de hierro», cuenta
Davide Malagoli, empresario de cincuenta y dos años con un pasado como jugador
de Hockey profesional, deporte con una larga tradición y un gran seguimiento
entre Módena y Reggio Emilia. Tras una lesión, volvió a empezar de cero, con
una segunda vida como empresario, con la participación en el grupo Giovani de
Confindustria. «El hockey es un deporte complicado: llevas dos patines sobre
cuatro ruedas y un stick para golpear una pelota. Son imprescindibles las
habilidades de coordinación y el compañerismo con el equipo. Es fácil meter un
gol, pero es todo una cuestión de equilibrio», precisa Malagoli.
Personas
y tecnología. Es el
equilibrio el que marca el paso del crecimiento de LAM. Un pasado glorioso. Y
un presente y un futuro marcado por las innovaciones del proceso y del
producto. Hoy en día, para Lam, el proceso mismo es particular. Porque aunque
la empresa naciera con los autobuses, expandiéndose después por Europa con
muchos otros clientes, los sectores cubiertos en la actualidad son diferentes:
con el tiempo se sumó el mercado ferroviario y, después, llegó el asociado a
los tractores y a las máquinas de movimiento de tierra y, además, las caravanas
y autocaravanas. De esta manera, LAM se ha convertido en líder del diseño,
construcción y comercialización de trampillas, toldos enrollables y piezas de
plástico. En 2016, se amplió el mercado con el moldeado de termoplásticos de
inyección para productores de tractores. «La confianza se gana día tras día, también
gracias a las soluciones personalizadas. También hay una parte de alta
tecnología porque para ayudar en las fases de trabajo se dispone de robots de
ensamblaje automático. Pero hay que partir del supuesto de que la diferencia la
marcan siempre las personas, esa mano de obra especializada en la elaboración
del producto de calidad. La tecnología puede y debe ayudar en aquellas
operaciones que sean repetitivas. Además, la tecnología ayuda a evitar los
errores humanos y permite aumentar la capacidad de producción con un proceso
controlado»,
dice Malagoli, que tiene las ideas claras sobre el futuro. «Apostamos por una empresa a la vanguardia del producto
y del proceso. En la actualidad, nos estamos acercando a mercados diferentes
como el de la decoración y el biomédico. La evolución es constante. El secreto
está en no conformarse jamás», concluye Malagoli. Una
filosofía heredada en las pistas de hockey. En el fondo, el mayor desafío a
superar es siempre el siguiente.
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